El punto de partida de esta micro-exposición se sitúa en diciembre de 1991. Entonces comisarió Pepe Espaliú la exposición Un secreto fluir en la madrileña galería La Máquina Española. Aquel proyecto deslumbraba por la audacia de su planteamiento y por la agudeza desplegada por el comisario en la selección y disposición de los artistas y las obras. Autor a contracorriente, Espaliú proyectó esta exposición como un ejercicio de intuición visual en el que reunía a cuatro artistas que, en apariencia, no podían ser más disímiles: Barbara Ess, Julio Romero de Torres, Rosemarie Trockel y Cristino de Vera. Espaliú en esta exposición “no desvela, incita”. Son palabras de Adolfo Castaño, extraídas de la crítica publicada entonces en ABC de las artes, que resumen la esencia del proyecto: sugerencia, asociaciones inesperadas y gestos sutiles que, en su contención, deslumbran. Como escribió el propio artista en el catálogo de la exposición:
… una vez más, intento decir algo sobre unas imágenes que solo en silencio dicen.
Entre esos artistas misterios, Espaliú incluyó al pintor cordobés Julio Romero de Torres, a quien profesaba una secreta devoción. Romero de Torres, junto con algunos lugares como la Plaza de Capuchinos, constituyen el acerbo local del artista, custodian las vivencias y el imaginario del joven Espaliú en Córdoba. Se mostraron en la exposición dos obras de Romero de Torres: la Dama del mantón, que no es otra que María Aguilar, también conocida como María Iruretagoyena (1914-15) y La niña del espejo (c. 1919).
La propuesta que ahora se presenta en el Museo Julio Romero de Torres consiste en confrontar aquellas pinturas romerianas seleccionadas para la exposición Un secreto fluir con dos piezas del propio Pepe Espaliú. Si bien, La niña del espejo se ha sustituído por una pintura gemela y de idéntica cronología, Contrariedad. En este diálogo imposible, emergen puntos de contacto en torno a la potencia del gesto contenido, la fuerza alegórica de la pintura y la fascinación por los juegos metapictóricos.